domingo, 24 de agosto de 2008

- ¿Volviste a publicar?
- Pues sí, sin darme cuenta me encontré frente al monitor escribiendo y dándole click al rectángulo naranja: PUBLICAR ENTRADA.
- Pero te habías negado a hacerlo. ¿Qué pasó?
- Aun no lo sé, pero creo que es algo bueno ¿no?
- Eso lo decides tú, mientras tanto yo disfruto haciéndote pensar en el porqué de tu cambio.
- Basta de esta plática, agarremos el lápiz y a escribir.

Detrás de esos parpados cerrados, se guardaba la mirada inocente: la mirada de niña que todo quería saber. Detrás de esos parpados, tus lágrimas forman un ejército que está preparado para declararle la guerra a sus labios, porque ya no están dispuestas a seguir cayendo cada vez que él se desaparece con el reflejo del sol de abril.

Todas ansiosas y rebeldes, justo como tú eres. Algunas llegan a rozar tus labios y ahí desaparecen; otras logran sortear el reto y se dejan caer bajo tu barbilla. Descienden lentamente hacia el suelo, torneando tu cuerpo sin siquiera tocarlo, todo a través de su brillante transparencia. Dos lágrimas chocan contra tus piernas y parecen explotar como fuegos artificiales, tus muslos son la pólvora que las hace estallar.

No todas llegan al destino planeado, pero las que lo hacen está decididas a nunca volver a humedecer tus ojos, es por eso que idearon esta revolución.

Misil Azul

jueves, 14 de febrero de 2008

Ni el cielo podía ocultar su nostalgia. Las nubes de tono gris y el cielo pintado de azul-melancolía delataban la tristeza que desprendía, y lentamente bajaba una ligera e inocua brisa que todo lo envolvía.

Todos descendían con una maleta en la mano y la cabeza llena de memorias irremplazables e historias sin contar. El hijo menor de la familia se marcha, deja atrás por un tiempo todo lo que conoce: las comodidades, las sonrisas nacaradas y los enojos memorables. Se aleja para seguir su sueño, para crecer.

Todos caminan hacia el auto sin pronunciar una sola palabra, para no demostrar tan pronto la nostalgia y tristeza que provoca la partida del ser amado. Las maletas estaban acomodadas en la cajuela, el espacio era perfecto para ellas. En su interior guardaban un pedazo de vida, lágrimas cristalizadas y sueños por cumplir; cada playera llevaba el olor del hogar y los pantalones guardaban celosamente el recuerdo de amores pasados.

Mi madre, que días antes ya demostraba la soledad que sentiría, lo abrazaba como aferrada a él, mientras mi padre encendía el carro. Mis ojos ya tenían ese brillo característico, el mismo con el que mi hermano se daba cuenta que algo me provocaba el llanto e inocentemente se burlaba. No me atrevía a voltear y a mirarlo porque sabía que el río que guardaba detrás de mis parpados saldría rápidamente y se deslizaría sobre mis mejillas, como cascadas, perdiéndose en mis labios y en mi barbilla.

El último viaje juntos por un largo tiempo. Las ultimas miradas a tan caótica pero a la vez amada ciudad. El tráfico de las cinco y media de la tarde y el sonido de los autos nos acompañan, lo despiden.

Mis padres tan previsores procuraron llegar tres horas antes del vuelo; el camino fue ameno pero en instantes lleno de silencios con sabor a añoranza. Los días anteriores a éste, los viajes habían sido iguales.

Como la mañana en la que fuimos a casa de nuestra siempre amada abuelita. Desayunamos con ella y dos de mis tías, también estaban dos de nuestros primos ahí. Los primeros aires de tristeza ya se dejaban ver, escondidos debajo de las escaleras de madera, siempre tan ruidosas, y en el patio donde solíamos jugar de niños y donde también innumerables ocasiones nos picamos con las espinas de las rosas, que parecían celosas del cariño de mi abuela. Llego la hora de las despedidas, y yo salí a encender el automóvil, porque seguía conteniendo el río detrás de mis parpados. Primero mis tías, que no aguantaron el llanto y se salieron a hacerme compañía, luego mis primos que dieron todo tipo de consejos y palmadas de aliento. Y al final nuestra abuelita, esa mujer de pelo cano y chino, con los ojos de color gris que de pronto se tornan turquesa, esos que irradian la felicidad y cansancio de tantos años llenos de difíciles pero felices situaciones, todo para sacar a sus siete hijos adelante. Colmó de anhelos, sueños y todo tipo de recomendaciones a mi hermano; las lágrimas comenzaron a correr por su hermoso rostro, convirtiéndose en el camino de saladas a dulces, e inherentes a un abrazo infinito. Al marchar, lo único que puedo recordar es la expresión de mi abuelita: comenzó a llorar y al instante lo hicimos todos en el auto, cada quien en su pequeño espacio. Nadie dijo nada, sólo nuestros brazos se estiraban para alcanzar los del otro, nos consolamos sin decir ni una palabra.

Al llegar al aeropuerto, caminamos por los largos y fríos pasillos, con los aparadores y tiendas a nuestro alrededor observándonos. El lugar no era confortable, tal vez por que sabía que en casi dos horas tendría que despedirme de mi compañero de niñez, aquel con el que peleaba a diario, pero con el que era muy feliz ocupando como nuestro estadio el enorme pasillo detrás de la sala donde nos convertíamos en las grandes estrellas de fútbol, que a decir verdad él siempre fue muy superior; eso era quizá lo que no me hacía sentir a gusto en ese lugar.

Hubo poco tiempo para estar como familia ya que llegaron sus amigos para decirle adiós, también su novia estaba ahí. Tenían mucho que contar, y recordar, no escuché en ningún momento lo que decían pero puedo suponer que le pedían que guardara sus historias en un lugar secreto y que la protegiera para no olvidar, para que al momento de volver estén tan frescos que piensen que sólo se separaron un fin de semana, tal vez un mes pero no un año o más.

Cuando el reloj marcó las ocho de la noche se anunció que los pasajeros con destino a la ciudad de Buenos Aires, Argentina debían pasar a la sala de espera para abordar el avión. Comenzaron las despedidas y el llanto incontenible de algunos. Lo vi muy lejos, abrazando a los demás, mientras en mi cabeza acomodaba el embrollo de mis pensamientos. Esperaba que el tiempo no pasara tan rápido; vi sus ojos cristalinos, y entonces las lágrimas que aguardaban ansiosas detrás de mis parpados brotaron sin control. Olvidé lo que había anotado en mi memoria y dejé que las palabras brotaran solas.

Las cosas pasaron tan rápido, que sólo recuerdo que ya que mi hermano caminaba hacia la entrada de la sala, desde donde no alcanzaríamos a verlo, recargaba mi barbilla sobre la cabeza de mi madre y le decía lo mucho que lo extrañaría, ella sólo apretó mi mano en señal de respuesta. De pronto, él volteó a vernos, alzó su mano y la agitó para despedirse, le llamaron y volteó hacia la señorita que le pedía los papeles, pero miró de nuevo hacia nosotros y su rostro se pintó con aflicción y tristeza, comenzó a llorar y vimos el rostro del niño que no quería entrar a la escuela por no dejar nunca sola a su madre.

Esto es para ti Jimbo, es mi manera de decir que te extraño. MisilAzul

lunes, 28 de enero de 2008

Una noche


Me he intentado ver transparente, sin embrago existen momentos de debilidad.

Una noche, de esas que llamé “cualquiera” me di cuenta de lo perfectamente estúpida que soy. ¿Cúándo me he preocupado por lo que niego sentir?

Es inexplicable la reacción ante momentos en que mi sentido comienza a oscurecer, la llamada vida rutinaria es quizá todo lo que tengo, es decir, soy tan simple que cometo los peores errores atentando a lo imaginativo.

Heroico y temeroso… así cae mi mundo. Siempre he sido fantasiosa esperando encontrar el elixir de la felicidad que a pesar de todo no es lo que deseo.

Cuando deje todo y me suspenda entre polvo de hadas olvidaré; aun no sé qué se quedará conmigo, sólo espero que sea eso que negué sentir.
Espero que te quedes tú.

Desde un mundo raro:
Misil negro.

miércoles, 21 de noviembre de 2007

Entre libros

Tu interminable seducción con la mirada, entorpece mi concentración. Tropiezo con las hojas del libro en turno, mientras en secreto, volteo ligeramente la mirada, te observo, te analizo y me sonrojo cuando nuestras miradas se encuentran. Continúo metido en las historias contadas en las páginas de mi libro, sentado en este sillón rojo. Parece que estoy en la inopia, al creer que sólo estamos tú y yo, pero sigo escuchando ruido, la gente caminando a paso lento, las voces sigilosas para no molestar a los demás lectores, el sonido de los libros al ser acomodados y tomados de su lugar.

El tiempo aquí, transcurre lento, con segundos perpetuos, que me permiten viajar cada vez más rápido a lugares inexistentes, creados por alguien más, y adornados con mi imaginación.

El sonido de un celular quebranta de nuevo mi viaje, igual como lo hace tu presencia, tu mirada. El hombre dueño del celular contesta rápidamente con un gesto de vergüenza; volteo a ver mi reloj, marca cuarto para las nueve de la noche, me doy cuenta de lo tarde que es. Ya es hora de partir a casa. Pero antes, vuelvo a verte, a sonrojarme cuando tú me miras. Sigues metida en la pantalla de tu computadora, pero a escondidas me ves mientras recojo mi saco y mi libro, creyendo que no me doy cuenta. De pronto pienso que no debo irme, sin antes saber algo de ti, sin conocerte. Con mi libro en una mano y el saco en mi hombro, me acerco a tu lugar, me paro justo delante de ti, detrás de tu computadora. Parece que no te has dado cuenta de lo que sucede, pero noto el rojo que pinta tu rostro, y que resalta en tus orejas. Me inclino hacia ti y digo a la vez -pronto nos volveremos a encontrar en algún lugar, en un nuevo instante, en un temeroso suspiro de esta gran ciudad-.


Buscando ochenta páginas extraviadas de mi libro...
Misil Azul

martes, 6 de noviembre de 2007

Sin viaje


Hoy no quiero escribir para él, ni ella, tampoco para la lejanía, sino para ti.

No quiero hacerte sentir bien, ni tomarte de la mano, simplemente hoy no hablaré de mis viajes.

Un pensamiento, eso te dedico, uno cada noche esperando encontrarte, uno cada tarde de lluvia melancólica en la que puedas llorar, una novela imaginaria capaz de tocarte, un deseo infalible, una caricia inaudita sin previo conocimiento, un baile pegado al son que quieras, un nuevo nombre con el que nadie te reconozca, ni pueda llamarte, una sonrisa en tono alto, una muerte sin agonía, la carta que siempre quisiste.

Te reto también a quererme, a pensar un momento en mí, a reír conmigo, a crear una nueva familia, a dejarme sin remordimientos o simplemente, olvidarme sin motivos.

Lo único que quiero es que mi mejor amiga no me acompañe, que la soledad no se apodere de mí, ni se quede conmigo.


Misil negro

martes, 25 de septiembre de 2007

PROPULSOR IV

Nunca fuimos buenos para decir adiós
Miles de luces en el cielo tratan de decirme algo…tal vez que mi ciclo en este lugar se ha cumplido, o que aquel lugar de donde provienen es el mismo al que debo dirigirme, quizá mi nuevo hogar.

Llevo más de nueve meses estancado… nueve meses de intentos fallidos por acercarme de nuevo a ella sin conseguirlo. Ahora se que no podré recuperar el tiempo, no podré rescatar los atardeceres, las caricias en silencio, el reflejo de mi rostro en sus ojos, su sonrisa dibujada en mi boca, los amaneceres llenos de explosiones estelares que dejan el aroma de esperanza, esa que tendré que olvidar para partir.

Es tiempo de despegar, hoy es domingo según mi calendario, son las 8:15pm y llevo más de tres horas sentado esperando a que venga a despedirse; se que hice las cosas mal y demasiado tarde; se que también es difícil para ella venir y decirme adiós…pero es tiempo de hacerlo, es hora de cerrar esta historia, que fue sólo nuestra y de nadie mas, tal vez mi error fue llevar todo el tiempo estos pedazos de papel en la mano donde guardaba todos mis recuerdos, y nunca escucharla.

Cada suspiro que doy parece eterno, ella no vendrá y tendré que aceptarlo. Sólo quería decir adiós, para siempre. Esperaré rodear aquella estrella enana para acelerar el paso del misil y dirigirme a aquel brillo intenso que parece avisarme de algo nuevo. No daré marcha atrás, no pienso volver jamás.

Prendo el motor y coloco el casco sobre mi cabeza, volteo para observar por última vez el paisaje rocoso de tu planeta, te busco, no estás aquí y no hay rastro de ti, nada que me indique que sólo te demoraste, pero pronto llegarás. Me empiezo a elevar sobre la superficie y mi visión es la misma, un paisaje vacío; mi mente se aleja de mi cuerpo y empiezo a recordar los nervios que sentí la primera que te ví, las veces que no te dije todo lo que tenía que decir, los viajes juntos, las tardes de nubes color gris en las que no dejabas de decir que todo estaría bien, tantas cosas que parecían no importar y que ahora recobran su valor. De verdad tendrías que estar aquí para escucharme.

Mi viaje es largo y sin retorno, tú nunca llegaste para darme la última de mis provisiones… la esperanza.
Cerrando ciclos... Misil Azul